05 febrero, 2007

La Lancha de las Margaritas

Juan Urbina se encontraba a orillas de la playa chica de Cartagena, junto a don Tomás, hermano de su madre, pero mucho más que un tío para él; estaban desde muy temprano en la mañana, arreglando las redes para poder salir de pesca esa tarde.
De pronto Juan se distrajo con la presencia de una hermosa muchacha que jugueteaba en la orilla de la playa, ella era de una belleza extraordinaria y poco común entre todas las muchachas que acostumbraba frecuentar Juan Uribe, cuando ella lo miró, este se sintió muy halagado y hasta con el valor de hablarle, pero cuando se proponía a acercárse, se vio interrumpido por don Tomás, quien sin tener intenciones de desanimarlo, le dijo que aquella muchacha no estaba a su alcance, pues, era la hija de don Ambrosio Sendo, uno de los hombres más ricos y poderosos de Cartagena en esos años.


Como de muchas otras propiedades, don Ambrosio era dueño de la Caleta San Pedro, que en ese tiempo era el mejor lugar de trabajo para los pescadores de Cartagena, que en aquellos años eran casi la mitad de la población, quizás esa era la razón por la cual se le tenía tanto respeto y nadie, hasta ahora, se había dignado siquiera a cortejar a su hermosa hija.


Si bien lo que don Tomás le dijo a Juan lo turbó un poco, no consiguió desanimarlo por completo, pues, a pesar de que Juan provenía de una familia muy humilde, había algo en su interior que le hacia sentir digno de conquistar el corazón de aquella hermosa muchacha y por eso, corrió decidido hasta ella para hablarle; enorme fue su sorpresa, cuando Rosario Sendo, le saludó por su nombre, a lo que Juan respondió muy confundido, pero cuando ella se sonrió recién ahí él comprendió porqué ella lo conocía.

Era Charito, la niña de los ojos “color mar”, esa extraña niña con la que jugaba todos los inviernos cuando era niño, a orillas de la playa grande y que sin saber nunca de donde venía, un día no volvió a jugar más.

Ahora era toda una mujer, de finos cabellos dorados y ondulados que cubrían gran parte de su larga y espigada figura, cubierta por un sencillo vestido de gasa blanca, que caía limpio sobre su cuerpo armoniosamente torneado y así en conjunto, le otorgaba una apariencia “Pincoyesca”, que le hacía parecer una princesa arrancada de un cuento de marinos.

Juan por su parte era un joven alto y de amplias espaldas, con nariz aguileña y labios torneados y el cabello tan negro, que enmarcaba perfectamente sus profundos ojos verdes; todo esto le daba un aire casi mitológico y al verlos juntos, don Tomás pensó, que habían sido creados el uno para el otro y en realidad fue así desde aquel día.....CONTINUARÁ.

1 comentario:

Sal dijo...

Hola, soy de México y me parece bien que intentes cosas como las que haces, lo mío es algo distinto, espero te guste. Debes cuidar las faltas de ortografía.
No puedo poner comentarios en la página principal o no encuentro el vínculo.
http://salsinpimienta.blogspot.com

Saludos